El anciano profesor acababa de llegar a casa de la
universidad. Había olvidado quitarse la trenca antes de sentarse ante la mesa
del despacho, de tantas ganas como tenía de abrir aquel sobre grande y marrón
que había encontrado en su buzón del portal. Con un abrecartas cuyo mano era
una cabeza de caballo plateada, rasgó uno de los bordes y extrajo de él una
fotografía que casi se adaptaba al tamaño del sobre que la contenía.
"Vaya, vaya, querido Jorge... Hace tres años eras un alumno aplicado de
esos que se ponían todos los días en la segunda fila de pupitres (la primera
siempre imponía demasiado y había que dejarla como de burladero) y, ahora, eres
todo un señor doctor..." Sus pensamientos se referían a Jorge Rodríguez
Mercader. Su nombre aparecía escrito en el sobre. pero Jorge Rodríguez Mercader
no era solo un nombre. Él había sido antiguo alumno de musicología del viejo
profesor, el cual le había invitado hacía solo unas semanas a la universidad
(allí donde se habían conocido, uno como maestro y otro como aspirante a
doctor) para que este impartiera una conferencia acerca de la guitarra en la
obra de Manuel de Falla.
La fotografía estaba en blanco y negro. En ella se apreciaba
el interior de un polideportivo, lleno hasta arriba de gente. En el centro, un
hombre calvo con ropa de sport, sentado y con una guitarra. Se trataba de
Narciso Yepes. Sobre la imagen había escrita una dedicatoria: "Yo soy una
de esas cabezas que escuchan al maestro". El viejo profesor no logró
localizar la cabeza de Jorge. ¿Cuántos años habrían pasado de esto? Él ni
siquiera había estado allí. En una de las paredes, colgaba una guitarra de diez
cuerdas obsequio del músico murciano, el cual había sido a su vez su mentor.
Así pues, teníamos tres generaciones de guitarristas profesores: Don Narciso,
el viejo profesor (que tenía nombre y se llamaba Alfredo) y Jorge
"doctor" Mercader.
Alfredo pensó en llamar a la viuda del que fue su profesor.
Marysia. Solo había que encontrar el número en las páginas amarillas. Así lo
hizo. Sonó uno, dos, tres tonos... y finalmente alguien descolgó el teléfono al
otro lado. Una voz femenina preguntó , Alfredo respondió con otra pregunta (muy
gallego esto): "¿Eres Marysia?"
Alfredo le habló de quién era él y qué había tenido que ver en la vida
de su marido. Quedaron y hablaron de la fotografía. Alfredo le llevó un recorte
de periódico que él había guardado de los años cincuenta. Fue la primera
noticia que tuvo de Narciso, la primera piedra de un camino que conducía hasta
él. ¿Quién le iba a decir que aquel hombre al que había estudiado en los libros
escolares iba a acabar siendo uno de sus mejores amigos tiempo después?
Se trataba de un artículo del escritor José María Gironella
acerca de un viaje que había hecho con Yepes por Japón en 1963. Contaba que,
estando en Nagasaki, visitaron un hospital en el que se encontraban recluidos
enfermos afectados por la bomba atómica. Yendo por una de las plantas,
escucharon en una de las habitaciones un sonido que les resultó familiar: Un
paciente se encontraba tocando la guitarra. Don Narciso entró y se quedó
escuchándole. Después, le pidió el instrumento y comenzó a tocarlo. Cuando
quiso detenerse, Gironella le dijo que era mejor que siguiera adelante con el
recital, puesto que poco a poco se había ido formando un corro de curiosos en
torno a ellos. Así pues, el concierto se prolongó durante dos horas.
La instantánea que Alfredo quería enseñarle a Marysia
guardaba ciertas similitudes con esta otra anécdota sin documentar
gráficamente. Ella reconoció rápidamente su origen. "Fue durante una
manifestación estudiantil. Narciso estaba allí y les ofreció su música. Por eso
solo vestido de esa forma tan informal, porque fue improvisado..."
- ¿Y cómo ha conseguido esta fotografía?
- Me la envió un antiguo alumno mío que conoció a su marido
a través de mí. Cuando me tenía de profesor de Musicología, le llevé a un
concierto que dió en el teatro Monumental, y después fuimos a verle al
camerino... ¿Quiere usted la foto?
- Está dedicada...
- No importa. A usted le pertenece más que a mí. Al fin y al
cabo fue su mujer.
- No lo haga por mí. Alguna
vez tendré que depositar su legado en alguna fundación... Estará al alcance de
cualquier interesado, eso es lo maravilloso...
- Por si le interesa, nosotros en la universidad nos hacemos
cargo también de esas cosas... Tenemos una biblioteca bastante completa e
interesante, construida gracias a donaciones de particulares con nombre y
apellidos de prestigio.
- No obstante, creo que el mayor bien que puedo legar es
intangible, inmaterial. Todas mis vivencias, los recuerdos almacenados a su
lado...
- A mí, un compañero de Monterroso que vino a dar una
conferencia hace ya algunos años, me contó el origen de su microrrelato sobre
el dinosaurio. Al parecer, se habían reunido unos compañeros de tertulia en un
hotel, y un hombre que debía de ser bastante longevo y que era ajeno a aquel
grupo se unió a ellos y empezó a hablar y a hablar... En un momento dado, Augusto
se quedó dormido debido al tedioso monólogo de aquel sujeto y, cuando despertó,
todavía el anciano hablaba y hablaba. Por eso, cuando llegó a su habitación,
escribió en un papel lo de "Cuando desperté, el dinosaurio todavía estaba
allí". Después, lo hizo más impersonal modificando el "desperté"
por "despertó".
- ¿Y eso no podría sacarse a la luz?
- ¿Y quién le dice usted que no se ha dado ya a conocer?...
O que alguien está trabajando en ello. Uno de aquellos testigos del hecho.
Alfredo guardó silencio por un momento para preparar un
asunto nuevo e importante para tratar con Marysia.
- Una tarde, los compañeros de clase decidimos organizarle a
su marido una merienda. Él, en un momento dado, decidió contarnos algo. Nos
habló de cómo llegó a interpretar "El Concierto de Aranjuez".
Marysia conocía la historia, pero no quiso interrumpir a su
interlocutor. Alfredo lo contó tan bien como si hubiese estado allí. Se
acordaba de todos los detalles del relato de Yepes.
"Él todavía era un joven músico. Todavía se llamaba Narciso
García Yepes, porque ese era su primer apellido. Tras un concierto en el que debutó como solista
de guitarra, el Ataúlfo Argenta- que se encontraba entre el público del
auditorio- decidió programarle para la nueva temporada musical. Habló con
Joaquín Rodrigo, le puso en contacto con el guitarrista y, tras escucharle, se
puso de acuerdo con el director de orquesta para que interpretara su obra más
conocida. El "Concierto de Aranjuez" ya había sido estrenado por Regino
Sainz de la Maza, el cual, a pesar de ser catedrático de guitarra tenía sus
limitaciones como instrumentista, por lo que la obra de Rodrigo no brilló en su
primera audición como debía de haber brillado. Sainz de la Maza se había
quedado con todos los materiales de la obra, por lo que Argenta tuvo que
ponerse en contacto con él para hacerse con ellos. De la Maza se negó a
cederlos, por lo que Argenta le dijo: "Muy bien. Entonces tendré que decir
el día del concierto que esta obra estaba programada pero que el maestro Sáinz
de la Maza se había negado a prestar el material para su preparación. No
obstante, Narciso García Yepes tocaría en su lugar un recital de
guitarra." Sáinz de la Maza acabó cediendo ante esta advertencia y,
finalmente, la obra de Rodrigo pudo escucharse en su completo esplendor. Era,
sin duda, una obra bien compleja. El propio Andrés Segovia afirmó que "El
concierto de Aranjuez" resultaba imposible de interpretar, aunque tras el
concierto de Yepes tuvo que rectificar sus palabras". Rodrigo, que se
sentía de algún modo en deuda con Narciso al no poder dedicarle su concierto
(éste estaba dedicado a quien lo estrenó, esto es, a de la Maza) compuso a
continuación la "Fantasía para un gentilhombre", que acabó
convirtiéndose en la segunda obra más importante de su repertorio".
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