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Está escondido, como corresponde a los objetos de su
categoría. Porque se escapan de lo ordinario, por eso es un objeto
extraordinario. Pero... ¿Es un objeto? Quizá sea más que eso. Tal vez se trate
de un compendio de cosas que conforman algo intangible. Es una caja de zapatos
y también es a su vez algo contenido en esa caja de zapatos. Tampoco pertenece
a mi infancia, sino que a su vez es un derivado de otra infancia anterior sin
la cual yo no existiría. Aquel objeto perteneció antes a mi padre, aunque desconozco
si lo atesoró como yo, si le dio ese valor. Yo he tenido siempre esa manía de
rodear de un aura especial a ciertas cosas, a dotarlas de un matiz que solo
está en mí y que, cuando yo muera, dejará de existir.
Hay quien todavía cree que cuando un poeta se mantiene en
silencio no está creando. Lo que yo creo es que simplemente se mantiene en
silencio para los demás. Tal vez sea egoísta, porque no manifiesta ese talento
exteriormente, guardándoselo para sí. No obstante, la poesía no está solo en
los hombres sino en las cosas. Simplemente es necesario saber ver esa poesía,
no resultando necesario saber escribir en alejandrinos o endecasílabos. Un niño
puede no tener conciencia de la poesía pero a veces observa las cosas desde ese
punto de vista.
Ese objeto poético es una caja de zapatos que, a su vez,
contiene un aparato a través del cual se observan escenarios imaginarios. Solo
tiene que introducirse un pequeño disco en una ranura y observar por dos lentes
que ayudan a crear esa ilusión de fantasía tridimensional. Allí está Aladino en
una cueva encontrando la lámpara maravillosa, o sobrevolando las cúpulas de una
ciudad oriental sobre una alfombra mágica, en compañía de una exótica mujer. Allí
una aurora boreal contemplada por unos esquimales, o una niña a la que
identificamos como la Alicia de Carroll, persiguiendo un conejo blanco que
corre en pos del tiempo, contenido en un reloj de cadena.
El aparato es de construcción alemana, pero la caja que lo
contiene tiene inscritos unos graffitis que hablan de un equipo de fútbol
perteneciente al país en el que el niño nació. Los ojos de aquel niño de los
años cincuenta miraron todas esas maravillas que después miró, con sus ojos,
ese otro niño de los años noventa. La mirada cambia, obviamente, a pesar de que
se observen idénticas imágenes en uno o en otro caso. Así como José Ortega y
Gasset decía en la novela de Tiempo de
silencio: Ustedes observan esta misma manzana que yo sostengo en mi mano,
pero hay tantas manzanas como personas que en ese momento miran esta pieza de
fruta. Así es, siendo visión filosófica o no, lo diga quien lo diga, da lo
mismo. Hay tantas realidades como personas. Solo hace falta darse un paseo por
una clase de dibujo. Hay un solo cuerpo desnudo posando, pero en cada caballete
hay un dibujo, y cada dibujo representa un
cuerpo diferente. Mi mirada es la que aquí describo, siendo este objeto
descrito mi propio objeto. Si los lectores tuviesen acceso a él, seguramente lo
analizarían de otro modo. Ellos tendrán otros objetos a recordar si han de
pensar en uno que marcó su infancia. Y todos son igualmente válidos.
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Relato
Principita
>> domingo, 19 de octubre de 2014
Aquí está Mari, tumbada en el sofá de su salón, y yo estoy
detrás de esta imagen, mirándola y escuchándola, descubriendo que viste una
camiseta donde puede leerse Princess, mientras
ella lee El Principito. Este mágico hecho
constituye uno más de tantos que nos han sucedido desde que nos conocemos.
Otro, podría ser el de que, en un momento de esta tarde de domingo, se haya
levantado, haya cogido este libro de uno de sus estantes y se haya decidido a
leérmelo de cabo a rabo. Así pues, hemos decidido así, de repente, dedicar la
tarde a recordar uno de esos libros que nunca se terminan de leer, a pesar de
su brevedad. Un libro que contiene, como aquellos de la Antigüedad, toda la
sabiduría del mundo. O, al menos, aquellas cosas más importantes. Está contado
de una forma sencilla y compleja a la vez, por lo que tanto los niños como los
adultos pueden leerlo, extrayendo significados distintos. Es maravilloso poder
detener el mundo para dedicar este fragmento de una vida a reencontrarse con
este pequeño pedazo de sabiduría. Algo que seguramente buscaba su autor:
olvidar lo absurdo cotidiano que nos impide disfrutar de las cosas bellas.
Yo muchas veces me pregunté: ¿Y si Exupèry siguiera vivo? ¿Y
si hubiese seguido escribiendo? Pensaba esto de una forma ilógica, pues así somos
los humanos. En lugar de valorar lo que tenemos, nos preguntamos por otras
cosas a las que nos es imposible encontrar respuesta. Ahora, redescubriendo las
páginas que Mari vuelve a poner en valor, es como si un nuevo mundo se abriese
ante mí, uno de aquellos tan difíciles de encontrar, como ese puntito de luz en
el cielo en el que debe vivir el personaje de la historia, tan tierno, tan
bondadoso. tan puro.
Gracias, Mari. Gracias por mostrarme de nuevo el color.
Quisiera vivir para siempre en este libro, no encontrar nunca la palabra FIN.
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EVOCACIÓN E INVOCACIÓN
>> viernes, 17 de octubre de 2014
Hoy me ha vuelto a
suceder. He tenido uno de esos déjà
vu que día tras día trato de atesorar, como quien se empeña en atesorar el
aire en un tarro conserva. A través del cristal, trato de adivinar aquello, pero es invisible. Como quien
intenta descifrar de dónde viene aquella sensación, que enlaza con algún momento
no vivido, como perteneciente a otra vida, como si otras vidas pudiesen haber
sido vividas y estuviesen contenidas en uno mismo, recordándoselo.
Muchas veces, tendemos a recordar momentos en los que fuimos
felices en esta vida sí vivida, en este cuerpo existente. Como aquella vez (lo
recuerdo perfectamente) en la que, estando en el colegio siendo yo niño,
durante una mañana, atravesé la clase desde mi pupitre hasta una de las
librerías de madera marrón oscuro las cuales contenían nuestra biblioteca particular
de libros de texto. Aquel día era un día aburrido y pesado. En una palabra: no
deseaba estar allí en aquel momento. Entonces, vino a mi memoria un recuerdo de
uno de los veraneos pasados en Pirineos. A través de la ventanilla del coche
veía cómo atravesábamos un valle. Sonaba el Peer Gynt de Grieg y hacía una luz
de mañana de agosto. Entonces, fue como si saliese de aquella habitación con
olor a pupitre lavado con lejía y a suelo de goma y llegase a un campo abierto
rodeado de bosque. Me encontraba protegido por la Naturaleza, escondido para la
civilización.
No obstante, esta imagen existió, como ya dije. Era como
algo sobre lo que volver como una forma de ensayo preparatoria para lo que
podía venir. Lo incontenible, el déjà vu que
viene sin desearlo, te ataca por el flanco derecho y se marcha, así sin más.
Hay instantes que no son míos pero que me inspiran algo,
como esas escenas de la película Lucía y
el sexo. Justamente aquellos que no se encuentran en la memoria de los
cinéfilos: las escenas de un Madrid nocturno y casi vacío, en verano. También
están esas casas de las películas españolas de hace diez, veinte e incluso
treinta años. Azoteas señoriales e incluso irreales, como aquella diseñada por
Pedro Almodóvar para Mujeres al borde de
un ataque de nervios, a través de la cual podían verse diversos lugares
emblemáticos imposibles de reunir de un solo vistazo, pero que estaban allí.
Esas casas palaciegas rediseñadas con colores vivos y con pinturas de Úrculo o
del Equipo Crónica. Es como si hubiese vivido La movida madrileña a pesar de haber nacido en 1988. Allí donde no
existía tabú y todo parecía posible. Donde hasta yo podía haberme hecho famoso
con mis excentricidades, aquellas en las que cada vez me cuesta creer más.
Cuando recorro zonas de Madrid como Usera, Alcorcón o
Aluche, allí donde podría decirse que la urbe convive con los espacios verdes,
donde aún perviven pequeños chalets y donde apenas transitan coches (pequeñas
zonas que parecen pueblos, como si uno hubiese atravesado la puerta a otro
universo) siento sensaciones extrañas que me remiten a otras épocas.
Como el olor a las sábanas de una azotea en Estella,
Navarra. Y yo estoy vestido de Supermán,
y me han fotografiado. ¿Por qué Estella si hablo de Madrid? Son espacios
distintos en una misma evocación. Otro día, en el que vamos a visitar a una tía
de mi madre a su casa, y atravesamos un Madrid que para mí es otro, como de
hace cincuenta años antes. Todo parece decadente, como de los años setenta. ¿Y
quién me dice que yo no he vivido esa época y la de los ochenta?
Me he visto recorrer las calles de Madrid en verano, sin
ningún tipo de preocupación, olvidando este contexto político-social actual tan
opresivo, me he creído un protagonista cinematográfico, atemporal, eternamente
joven en los fotogramas de un rollo de celuloide...El mundo era mío y yo no era
del mundo, precisamente por experimentar esa extraña sensación de pertenecer a
otras vidas no vividas, o tal vez sí.
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Relato
"CURRO VARGAS" EN EL TEATRO DE LA ZARZUELA
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Un momento de la representación de Curro Vargas en el Teatro de la Zarzuela |
Hace ya ocho meses que tuvo lugar aquel acontecimiento
lírico único: La reposición de la zarzuela grande de Ruperto Chapí Curro Vargas. Desde aquella tarde de
febrero, todavía no había tenido fuerzas para ponerme a escribir, hasta que
hará cosa de una semana, una lucecita dentro de mí se encendió y me impuse
comenzar de una vez por todas dicha tarea.
Para hacernos una idea, podemos decir que la música y el
argumento fue lo único que se respetó en aquella adaptación de la zarzuela. El
director artístico se pasó por el forro toda la ambientación histórica, pero no
contento con eso decidió incluir elementos que no hicieron sino ridiculizar la
obra en un intento por llamar la atención, ya sea faltando al respeto de lo que
se representaba y, cómo no, faltándoselo también a gran parte del público.
Pero, podemos ir más allá incluso: hubo también elementos que podrían
considerarse como crítica política, pero que en realidad atacaban de alguna
forma a sentimientos que podían ir más allá de las instituciones establecidas.
Me estoy refiriendo a la espiritualidad, a las creencias, algo de lo que se
adolece en esta sociedad actual. Ahora, parece existir una barra libre en este
sentido para atacar a todo cuanto representa a las personas, por el simple
hecho de que este mundo camina hacia su clara deshumanización.
Podemos comprender, de algún modo, que en esta época ya no
se lleven las escenografías de cartón piedra correspondientes al momento en que
Chapí concibió su teatro musical. Ahora prima un minimalismo que incluso en
algunos casos resulta efectivo y llega a aportar nuevos elementos a obras ya de
por sí legendarias. Lo que no se puede comprender e incluso tolerar, es el
cambio por el cambio, la denigración de una obra con el solo fin de salir en
los periódicos y de ser recordado, aunque no para bien precisamente. A mi
juicio, hay algo que puede estar todavía por encima de lo ya citado: Al dar
mayor relevancia a esa puesta en escena polémica, al espectador puede costarle
empatizar con la historia original que se está contando e incluso con la
música, que es pura sensibilidad. Si la sensibilidad queda corrompida o atacada
de este modo, Chapí es olvidado y en su lugar prevalece un engendro visual
indigno de nuestro legado cultural.
![]() |
Caricatura de época de Ruperto Chapí |
Si la acción se desarrolla a finales del siglo XIX y
aparecen personajes embutidos en camisetas futbolísticas del Barça, por
ejemplo... Si, en mitad de una procesión presidida por un arco con los colores
del orgullo gay, aparece un personaje que interpreta a Jesucristo (o mejor
dicho, da a entender que una talla de la procesión ha cobrado vida) y al poco
es agredido por policías antidisturbios y por prostitutas que se insinúan ante
él... Si la protagonista es un personaje ordinario y hortera que se tumba en chaise longue y teclea en ordenadores...
¿Podríamos decir que con toda la razón hubiera gente que se levantara en mitad
de la obra y se marchase a la taquilla para pedir que se le devolviera el
dinero de su entrada? No siendo partidario de este tipo de actitudes por
respeto a la ceremonia en sí y al lugar donde se representa, puedo afirmar que
cuando la obra acaba resultando un despropósito e insulta a quien paga su
dinero esperando ver otra cosa bien distinta, quien así actúa se encuentra de
algún modo justificado.
El Teatro de la Zarzuela, así como el Teatro Real y otros
ámbitos bien representativos de la cultura musical en España, se encuentran
dirigidos en parte por personas que, debido a su prestigio en el extranjero, parecen
dignificar los lugares en los que trabajan. No obstante, no todo debe de ser
imagen superficial de cara a la galería. En este caso, quien ha perpetrado
tamaño dislate es alguien que desconoce nuestra cultura o, lo que es peor, la
agrede de este modo gratuito. ¿Nos
conviene, por tanto, tener a este tipo de personas irresponsables en nuestras
instituciones culturales? A mi juicio, nuestro legado debe transmitirse
generación a generación para que éstas continúe apreciando su valor, permaneciendo
intacta esta sensibilidad. Es obvio que os tiempos cambian y la sobras pueden
ir adecuándose para no quedar anticuadas, pero este proceso deber realizarse
con tacto y sutileza. Aún así, yo soy partidario de mantener esta imagen de
otro tiempo, porque en cierto modo es también bella.
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Fotograma de Curro Vargas de José Buchs (1923) |
Es cierto que en la misma época en que Curro Vargas se estrenó, surgió una versión de la obra realizada
por otros autores, con el fin de parodiar a la original, comenzando por el
título: Churro bragas. No obstante, la adaptación provenía de fuera y
no de dentro. Así, había dos públicos bien diferenciados que decidían ir a ver
la obra seria o la cómica, no como en el Curro
Vargas del año pasado, donde solo había una opción y estaba viciada de
aquel modo tan grotesco.
José Buchs realizó a finales de los años veinte una versión
fílmica de la zarzuela, la cual sufrió una adaptación drástica en lo que se
refiere a la propia historia y a los personajes. Para empezar, se incluyeron
nuevos escenarios y se amplió el argumento con el fin de dar preferencia a la
trama y no tanto a la música, que resultaba imposible de reproducir debido a
que el cine era mudo por aquella época. Además, se trataba de un cine mímico,
ya que se intentaba transmitir excesivamente con la imagen al carecer de sonido.
Los intertítulos incluidos en el filme, con texto adicional informativo,
resultaban a todas luces insuficientes. Esto provocaba que los actores tuviesen
que exagerar sus interpretaciones, lo que acababa por resultar cómico e iba en
detrimento de la obra original. Tuve oportunidad de ver esta película en el
mismo teatro, proyectada sobre un telón añadido al escenario y con música interpretada
en directo por Javier Pérez Azpeitia, quien se había encargado de crear la
banda sonora para el filme (la partitura original que se realizó como
acompañamiento se encuentra actualmente perdida).
Curro Vargas quizá
posea un libreto un tanto anticuado con elementos que hoy en día nos pueden
resultar políticamente incorrectos. No obstante, la música de Chapí es magnífica
y merece ser recordada en un futuro, a pesar de ser una de las zarzuelas
actualmente menos representadas dentro de nuestro repertorio lírico. De cómo
sea llevada al público depende del respeto que le tengamos a nuestro
patrimonio, que es mucho y muy rico.
RELATO A PROPÓSITO DE UNA FOTOGRAFÍA DE JOAN COLOM
Sus ojos están abiertos pero ve sin mirar. Para él la
realidad no es lo que acontece a su alrededor sino lo que sucede en su interior,
que no es sino reflejo de esa realidad a la que se enfrenta día a día: Toda esa
urbe gris por industriosa; un mundo pequeño para un ser grande a la par que
diminuto. Estos bajos fondos por los que camina en dirección al colegio
diariamente son en realidad para él el mejor de los escenarios. Aunque es un
niño inquieto, su talento se encuentra desaprovechado, pues vive rodeado de
necios que constantemente le hacen olvidar ese diamante que atesora dentro. Su
madre ya no está y su padre mejor sería que tampoco estuviera. Prefiere pasar
el mayor tiempo posible fuera de casa. Se contenta con las distracciones que le
ofrecen las clases en la escuela pública, a la que acude cuando puede (siempre
y cuando la tienda que su progenitor regenta se lo permite, pues trabaja en
ella como dependiente). Este mundo no le convence, por eso vive de las pocas
fantasías que le quedan, aunque la mayoría del tiempo está pensando en sus
obligaciones. A veces tiene miedo de no cumplir con lo que se le exige y perder
ese plato de comida que, en la fonda que tiene por casa, se le ofrece por el
trabajo bien hecho. Hasta los otros compañeros de pupitre que tiene le miran
con aires de superioridad, viviendo como ellos viven también en la miseria. Hay que saber tener humildad , esta es la frase que quizá sepa este niño, sin
ser de ello consciente, cuando sus congéneres le tratan como a un apestado.
Tarde o temprano, esa justicia de la que hablan en misa (o quizá eso que hace
que el mundo se reequilibre cada cierto tiempo) compensa a quien hace bien las
cosas, del mismo modo que quien vive en la necedad, el orgullo y el egoísmo con
el paso del tiempo va siendo consciente de su error, o la sociedad se lo pone
delante, como cuando San Pablo sufrió aquella conversión cayendo de su caballo.
¿Pero entonces por qué este niño, siendo cómo es de admirable, lleva esta vida
tan poco acorde a su forma de ser? El mundo es puro desorden y siempre hay
quien carga con ese fardo del que otros se desprenden.
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Relato
"COSTA DA MORTE". LOIS PATIÑO (2013)
>> lunes, 13 de octubre de 2014
De aquí a unos años atrás, he ido notando poco a poco que el
salir del cine se me hacía cada vez más indigesto. Quizá el que durante tantos
años haya estado habitando en la parcela de ese cine anterior, aquel que
podemos considerar clásico (no así comercial, puesto que una cosa no tiene
que llevar a la otra) ha podido ser un factor determinante en mi visión
contemporánea del cine. Un cine que poco a poco se ha ido vaciando de contenido
hasta convertirse en un paradigma de simplificación y de carencias. La
modernidad así lo exige, puesto que nuestra concepción del mundo ni siquiera es
ya existencialista (ha llegado a un punto en que hemos dejado de lamentarnos por
esa ausencia de sentido que progresivamente va afectando a todas las cosas). La
vacuidad más absoluta es la perfecta definición de este mundo actual. El cine
no ha escapado tampoco de esto. Uno termina de ver una película de estreno considerada
de calidad y se pregunta: "¿Qué me llevo a casa?" Antes, las
películas dejaban un poso, enriquecían al espectador, que llegaba a casa un
poco más humano, un poco más culto si cabe. Ahora, en el cine abundan las
historias insignificantes, ya que cada vez son más reflejo de lo que la vida
real nos depara. El cine ha pasado de ser una fábrica de sueños para acabar
siendo un objeto tan cotidiano como una silla. Quien antes buscaba la evasión
en la sala oscura ahora solo puede esperar una continuación de lo que el mundo
exterior le depara. Eminencias como Truffaut o Bergman, esto es, cineastas en
su momento considerados rompedores e incluso revolucionarios, han pasado a ser
considerados tan clásicos como Hitchcock o John Ford. Ahora pertenecen a ese
grupo de narradores cuyo estilo ha quedado anticuado
para esta época. Anticuado, por fortuna. Ahora son ellos a los que recurrimos
para recordar lo que en un tiempo atrás representaba el séptimo arte. Ahora,
podemos encontrarnos con una buena fotografía, con unos buenos actores, pero
falta ese rigor narrativo, esa promesa de relato complejo y completo.
Por eso, ante un cine que ha dejado de prometer y de
sorprender, quedan géneros como el documental, que continúa siendo sincero para
quien lo contempla.
Hace unas semanas, acudí con mi chica a ver un documental de Lois Patiño, un joven cineasta que está
comenzando a dar que hablar en los ámbitos culturales. Su nueva pieza, Costa da Morte, proyectada en la Cinetea
de Matadero, es ejemplo de un trabajo impecable en este último ámbito al que me
he referido. Rodar un documental es siempre una tarea solitaria y paciente,
donde a uno no le cabe más que esperar a que lo maravilloso acontezca entre lo
cotidiano (aunque a veces sea eso cotidiano lo paradójicamente maravilloso).
Ese rodaje de guerrilla en el que normalmente participa un equipo reducido,
busca lugares que pueden ofrecer aquello que se busca y toma asiento con la
cámara al lado, esperando captar una imagen digna del proyecto cinematográfico
en el que se han embarcado. En este caso, el paisaje es Galicia, con su bruma
misteriosa, pero también con sus habitantes diarios, que caminan por ella y
conversan entre sí.
La mirada cinematográfica se detiene en algunos de estos
enclaves con aquella mirada del romántico del diecinueve, contemplando
extasiado aquel paisaje, buscando en ese plano fijo esos pequeños detalles,
como en un cuadro flamenco de Brueguel o de El Bosco. Una voz nos informa de
que alguien se encuentra en esta imagen, se le escucha nítidamente y a un volumen
considerable, como si lo tuviésemos delante, cuando en realidad puede encontrarse
bien distante. Una voz o un sonido, como el de la sierra que va poco a poco
talando los árboles que inundan un escenario, los cuales van poco a poco
cayendo. Esto nos preocupa de algún modo, pues esa belleza pictórica que la
naturaleza nos transmite ha sido atacada y va poco a poco desapareciendo, y
sufrimos por ello, porque somos devotos de ese canto a lo hermoso. Nos
acordamos de Friedrich y parece que la Naturaleza todo lo puede sobre nosotros,
seres diminutos, pero a veces esos seres diminutos pueden acabar con aquello
que en otro tiempo les imponía respeto. Esta mirada es por tanto la del hombre
decimonónico y la del hombre del siglo XXI y lucha por imponerse en uno de
estos dos ámbitos, de estas dos épocas. Lo sublime se enfrenta con lo práctico,
con esa necesidad de acabar con un árbol para convertirlo en madera para
astilleros, pues un tronco de por sí no ayuda en nada al hombre, y más si está
plantado.
Dos señoras conversan en la playa mientras intentan bañarse,
a pesar de lo fría que está el agua.
Los percebeiros, cuando todavía las primeras luces del nuevo
día no han aparecido en el cielo, ya se encuentran faenando, y parecen
luciérnagas con aquellas luces de las que se valen para mirar en el agua y
buscar el alimento codiciado.
El mar, embravecido, amenaza con acabar con ellos, que se
ocultan tras algunas rocas para no ser arrollado por él.
El fuego va devorando con sus lenguas parcelas de campo y
uno contempla absorto este espectáculo, por muy terrible que sea, porque
también puede ser bello.
Las campanas del Santuario de Muxía, los cementerios a los
que acuden algunos lugareños para visitar a esos seres queridos que ya no
volverán a pisar la Tierra.
Todo conjuga a la perfección para actuar como masaje visual,
haciendo que el espectador se relaje con esta visión estética, sumergiéndose en
el espectáculo visual.
Uno, entonces, puede salir del cine al concluir el filme y
pensar que le ha podido parecer más o menos acertado... Pero el formato
documental es lo que tiene, que puede ser más o menos cinematográfico, más o
menos ficcional o real, pero es eso. No podemos juzgarlo del mismo modo que ese
otro género que más vale que revisemos y enderecemos, pues de lo contrario y
muy a mi pesar, tendré que darle la razón a mi querido José Luis Garci o a mi
querido Víctor Erice, afirmando que el séptimo arte no solo ha cambiado, sino
que es otra cosa, cuando no que está ya muerto. Muerto para ese espectador que,
aún perteneciendo a esta época, hubiese preferido vivir en otras.
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